Jheronimus van Aken (1450-1516), más conocido por la firma de sus obras como Hieronymus Bosch, y aún más conocido como El Bosco, fue un pintor holandés del siglo XV que deslumbró al mundo con su imaginación surrealista y su habilidad para plasmar en el lienzo escenas grotescas y paisajes que desafían toda lógica y realidad. Sus obras, llenas de criaturas extrañas, paisajes oníricos y simbolismos ocultos, han desconcertado y fascinado a espectadores y estudiosos durante siglos.
Figura desconcertante de la Historia del Arte, mucho se ha escrito sobre el significado de sus obras y se le ha tachado desde ferviente católico a hereje irreverente, pasando por loco delirante o visionario psicoanalista. No obstante, uno de los aspectos más fascinantes que puede haber en su obra es su visión profunda de la condición humana, sus pecados, bajezas, y cómo no, la representación de la mente humana y su comportamiento.
Y es que la pintura de El Bosco no se parece a ninguna otra. Alejado de las corrientes de su tiempo -como pudo ser la pintura de coetáneos suyos como Dirk Bouts, Memling o Durero-, El Bosco parece más un género pictórico en sí mismo, ya que fue inimitable tanto en técnica como en los temas que representaba.
Y es que ya lo diría un siglo más tarde Fray José de Sigüenza en su obra Historia de la Orden de San Gerónimo (1605): «Sabía que poseía grandes dotes para la pintura, pero también que le habrían considerado […] un pintor que figuraría detrás de Durero, Miguel Ángel, Rafael y otros, y por ello emprendió un camino nuevo, de manera que los demás fuesen tras él y no él tras ninguno…».
Vivió en una época muy crítica en la historia de Europa, ya que se estaba dando el paso entre la Edad Media y el Renacimiento. Sobre todo, el cambio de pensamiento encuadrado en La Devotio Moderna, corriente de reforma religiosa que se basaba en la reunión íntima e individual con Dios y apostaba por volver a la austeridad de los orígenes del cristianismo. Se promulgaba, por tanto, la idea de una vida sencilla y piadosa. Este movimiento se difundió a través de los Hermanos de la Vida Común, organización religiosa a la que perteneció la Cofradía de Nuestra Señora, con la que El Bosco estuvo vinculado la mayor parte de su vida.
El hecho de pertenecer a una cofradía le sirvió como base de inspiración para los temas que trató, casi todos ellos vinculados a la idea de que el ser humano es pecaminoso por naturaleza. En muchas de sus obras vincula esta idea de maldad o pecado con la locura, es decir, una persona es mala porque no está en su sano juicio. En la época de El Bosco, la comprensión y el tratamiento de las enfermedades mentales estaban muy influenciados por las creencias religiosas, la superstición y la falta de conocimiento científico. Cualquier atisbo de progreso anterior, como fuera en la antigüedad la Filosofía Aristotélica, se evaporó con la influencia del cristianismo y todo estaba envuelto en brujería y superstición, haciendo que las personas que padecían estas enfermedades se enfrentaran a la marginación de la sociedad y al estigma. En una época donde las enfermedades como la esquizofrenia o epilepsia significaba estar poseído por los demonios y el mejor tratamiento para ello eran los exorcismos, y aunque evidentemente El Bosco no tuviera un conocimiento científico como el actual sobre tales enfermedades, sus obras muestran representaciones de las luchas internas del ser humano y de los padecimientos asociados a diferentes afecciones psicológicas, representando con ironía en su pintura la ignorancia medieval.
La locura
Una de las pinturas más intrigantes de El Bosco es La extracción de la piedra de la locura, la cual, de hecho, es la única obra de tema profano en todo el corpus artístico de El Bosco. Los temas generales de la obra son la locura, la estupidez y la credulidad humanas, y en ella se representa una operación quirúrgica como lo era la trepanación, práctica médica muy habitual en la Edad Media, que consistía en abrir un agujero en el cráneo del paciente para eliminar bultos producidos por la acumulación de piedras minerales. Al extraerlo, se creía que se acabarían todos los males físicos y mentales. Por tanto, en el pensamiento medieval, se creía que los locos tenían tal comportamiento por albergar tal piedra en la cabeza, habiendo que extirparla para eliminar la necedad y la demencia. El tema de la piedra de la locura se encuentra ya en el siglo XV en grabados de tema profano, donde se establece la relación entre la necedad o locura y el amor.
La obra muestra a un campesino grueso y torpón atado a un sillón de madera, caricaturizado por el pintor representándolo con una mirada hacia el espectador bastante bobalicona. Está descalzo y ha dejado sus zuecos, típicos de campesino, debajo de la silla, quizá para manifestar la ignorancia de las gentes rurales. También lleva una alforja atravesada con un puñal, quizá haciendo alusión a la estafa económica de la que va a ser víctima. Mientras, un falso cirujano, que tiene más de charlatán ambulante que de doctor (en vez de un birrete, lleva un embudo invertido en la cabeza, símbolo del engaño), le practica la operación en la que el resultado no es la extracción de tal piedra sino de una flor. Esta flor se ha interpretado por algunos historiadores del arte como una alegoría del dinero resultado de la estafa, y otros lo han interpretado como un símbolo de la lujuria.
En la escena también están presentes un fraile –con una jarra de vino, representando los vicios y pecados- y una mujer que se ha interpretado como una monja o como su devota esposa velada (en la Edad Media las casadas llevaban la cabeza cubierta), con un libro cerrado sobre la cabeza, símbolo de la ignorancia y la estupidez humanas, quienes miran pasivamente al pobre hombre mientras le extirpan su locura o virilidad. El significado del libro sobre la mujer es otro de los interrogantes a los que nos tendría acostumbrados El Bosco, ya que los objetos sobre la cabeza solían ser alegorías en la pintura de la Edad Media, por lo que, en la tradición iconográfica, el libro simbolizaba la erudición, el conocimiento o la Biblia. En este caso, claramente El Bosco lo utiliza para simbolizar todo lo contrario, como recurso para ironizar y dejar patente la ignorancia de la mujer (ya sea clériga o esposa).
Toda la escena, además, se enmarca con una banda de texto en epigrafía gótica flamenca, donde aparece el texto: ‘’Meester snijt die keye ras (Mestro, quítame pronto esta piedra)’’, y en la banda inferior indica: ‘’Myne name is lubbert das (Mi nombre es Lubbert Das), aunque esta frase también se puede traducir como un juego de palabras flamenco: ‘’Mi nombre es tejón castrado’’. En este sentido, lo que representa El Bosco en la pintura es un personaje arquetípico flamenco, ya que, en lengua flamenca, Lubbert significaba tonto o bobo. El tema de La extracción de la piedra de la locura se asemeja a una forma de teatro popular y burlesco muy frecuente entre los siglos XIV y XVII en los Países Bajos llamado klucht (teatro de farsa en otros países), donde se representan los vicios humanos y se pretende denunciar una realidad social desde la comedia.
Los vicios
Otra dura crítica a la sociedad de su tiempo sería La nave de los locos, que muchos especialistas han interpretado como una representación del caos mental, alucinaciones y delirios. Todo un elenco de figuras grotescas y perturbadoras, con paisajes distorsionados que tanto caracteriza a enfermedades como la esquizofrenia y la demencia. Esta imagen evoca la sensación de alienación y desorientación que a menudo acompaña a trastornos como la esquizofrenia o el trastorno de estrés postraumático.
El tema de la nave de los locos ya se recoge en la tradición literaria flamenca del siglo XV, publicándose en 1494 la obra satírica alemana Das Narrenschiff (La nave de los necios), de Sebastian Brant, donde el autor representa toda suerte personajes, tipos de la sociedad de su tiempo, que van navegando hacia Narragonia (tierra de los tontos), haciendo así una crítica moralista de la necedad y la estupidez humanas. El Bosco claramente se influenció de esta obra para ejecutar la pintura y retrató en ella los vicios y costumbres de la sociedad de su época.
La obra muestra una nave en la que aparecen diferentes personajes de varios estamentos sociales, haciendo gala conductas inmorales y, a ojos del pintor, pecaminosas. En el centro del barco aparece una monja y un fraile cantando y tocando un laúd (símbolo de la música vulgar trovadoresca), y un pan aparece ante sus bocas suspendido de una cuerda, manifestando el pecado de la gula. En la misma barca aparecen campesinos cantando con copas y barriles de alcohol (uno de ellos vomitando al mar sus excesos), mientras que otra pareja se encuentra retozando en la barca. Fuera de la nave, otros personajes aparecen bañándose desnudos y pidiendo alcohol ávidamente, mientras un bufón, personificación de la necedad, bebe alcohol de una jarra y un campesino intenta cortar un pollo que está en lo alto de un árbol a modo de estandarte (simbolizando la gula y el absurdo). Por último, en la mesa aparece un plato con cerezas, que, según varios estudiosos, se vincularía a la perversión y frenesí sexual.
En esta obra, los representados han perdido cualquier referente religioso en su conducta y se han embarcado hacia la tierra del pecado. Por tanto, los vicios ilustrados en esta obra, serían la gula, la lujuria y la necedad.
Lo peor del ser humano
Otra de las obras más moralistas y dónde El Bosco pone de manifiesto las máximas bajezas de la condición humana es en El tríptico de las tentaciones de San Antonio. Se trata de una de sus creaciones más copiadas e imitadas por sus seguidores y es el primero de los grandes trípticos que contiene drolerías (decoración con escenas de fantasía) y en que toda la superficie está repleta de personajes, pasando desapercibido el propio San Antonio.
San Antonio fue considerado el arquetipo de ermitaño por excelencia, y la tradición iconográfica se basa en versiones populares de La Leyenda dorada pero, en el caso de El Bosco, al analizar las escenas parece que la fuente que empleó fue las Vitae Patrum, textos griegos de los siglos III y IV. En la época del pintor, pleno siglo XV, fue la época dorada en los Países Bajos de fundaciones de conventos, por lo que se intensificó la labor de los copistas y se difundieron mucho estos escritos. También será en el siglo XV y comienzos del XVI cuando San Antonio sea uno de los santos más venerados en todos los estamentos. Estaba considerado protector contra las fuerzas de la naturaleza, como el fuego y los rayos, y también contra las enfermedades, pero también era temido como vengador, de ahí que al ergotismo se le llame ‘’Fuego de San Antonio’’, enfermedad muy extendida en la Edad Media por la intoxicación del hongo cornezuelo, el cual causaba gangrena y alucinaciones -enfermedad que siempre se ha indicado que El Bosco representaba en sus obras-.
Sin embargo, hacia 1500 la imagen de San Antonio va cambiando de acuerdo a las reformas cristianas u se le comienza a adorar no tanto como protector, sino más bien como ejemplo a seguir de una vida recta. Este cambio de paradigma es el que El Bosco retrata en sus obras.
En esta pintura en concreto, se representan las tres etapas más importantes de la vida de San Antonio. En primer lugar, en el panel de la izquierda, en la parte superior se representa al santo levantado por los aires por los demonios que se le intentan llevar. Se representa aquí una escena muy conocida de la vida del santo: un día, mientras meditaba, en una visión se vio llevado por los ángeles del cielo. Pero de repente aparecieron demonios que le exigieron cuentas por sus pecados de juventud. Esta lucha contra los demonios en el aire será muy representada en el arte. Esta escena conecta con la parte inferior, donde el santo está inconsciente por el ataque de un demonio y varios monjes cargan con él con la ayuda de un siervo que algunos estudiosos a identificado como un autorretrato de El Bosco. En esta escena la pintura es un caos: hay un demonio con forma de lobo, un barco volando, un cántaro con una guadaña e incluso un demonio con patines que porta un documento en su pico donde se puede leer la palabra ‘’Protio’’ (abreviatura de «protesta’’).
Es interesante la figura del demonio sobre patines de hielo, ya que es una iconografía bastante recurrente a finales de le Edad Media y principios de la Edad Moderna que aparecieran estas figuras como emisarios juzgadores de la humanidad que les recuerdan que no van por el camino correcto. De hecho, había un proverbio latino que decía: Qui currit glaciem, se non monstrat sapientem’’ (quien corre sobre el hielo no muestra sabiduría).
En esta escena también es interesante señalar la figura de un gigante agachado toma la forma de una taberna y delante de ella varios personajes grotescos vestidos de clérigos la señalan, como si fuera el camino que quieren tomar. Es la relación que siempre establece El Bosco en sus pinturas: la Iglesia supeditada a los placeres y vicios terrenales.
En la tabla central se muestra a San Antonio en su lucha contra los demonios. Detrás de San Antonio, vemos que se lleva a cabo una parodia de la Santa Misa por una serie de personajes a cada cual más extravagante, celebrando un banquete entre los que destaca un mendigo con la pierna amputada. Con las figuras de mendigos El Bosco critica la mala fama que tenía la mendicidad en el siglo XV, tanto que llegó a darse una orden ducal para que los auténticos necesitados llevaran algún tipo de distintivo, para así evitar posibles abusos.
Por último, en la tabla derecha, El Bosco representa a San Antonio sentado con un libro abierto, en actitud de paz. El personaje más llamativo de la escena es una mujer desnuda, que asoma desde entro de un árbol hueco adornado con una tela roja. El desnudo femenino y el color rojo aluden a la lujuria, simbolizando en órgano sexual femenino.
Hacia el camino de la virtud
Este intento de El Bosco por alejar al ser humano de la lujuria también lo vemos en su obra El vendedor ambulante (también llamado El buhonero o El hijo pródigo). Esta pintura siempre se ha identificado como la figura del hijo pródigo de la Biblia, aunque hay otros críticos que han apostado más por el prototipo de vendedor ambulante presente en la literatura medieval, el Homo Viator (hombre viajero) que contempla la vida como un viaje de aprendizaje a través de la sabiduría. Formalmente, si atendemos a la iconografía de la figura, vemos que el sombrero y el morral que lleva a la espalda con sus enseres, se apostaría más de que se trata más de un hombre viajero que de El hijo pródigo.
En la obra, el caminante se encuentra en el medio de la composición sobre un camino, y va desde la puerta de un burdel hacia la cerca, donde se representan dos animales: el buey, como símbolo de la redención, y la urraca, como símbolo del alma liberada. Se representa, por tanto, la constante bosquiana común en muchas de sus obras, en las que la vida es un camino que conduce a Dios.
A la izquierda de la composición aparece una posada con una pareja flirteando en la puerta, una alcahueta mirando por la ventana, un hombre orinando en la esquina y el cartel con una oca dibujada (símbolo de la lascivia), todos ellos indicadores de que se trata de un burdel. El caminante, por tanto, ya anciano y maltrecho, echa la última mirada hacia la izquierda dejando sus amores y devaneos cortesanos de juventud para seguir caminando por el sendero correcto.
La hora final
En la Muerte de un Avaro se representa la hora de la muerte de un hombre que no ha sido muy generoso en vida. El Bosco en esta obra se pudo basar en la párabola del hombre rico y el mendigo Lázaro, de la Biblia. En cuanto a la iconografía, tiene influencias de las ilustraciones del Ars Moriendi (Arte del Buen Morir), textos en latín escritos en el siglo XV con consejos y guías paso a paso para que el moribundo partiera en paz.
En la escena se representa a un viejo avaro en el momento de su muerte, en su alcoba. Un demonio le ofrece una bolsa con dinero y el hombre parece aceptarla, pero un ángel le protege al otro lado de la cama e intenta interceder por él ante Dios señalando a Cristo en la cruz que está en la ventana. Mientras tanto, la Muerte va entrando por la puerta con una flecha que apunta al corazón del desgraciado.
En primer plano está representado de nuevo el avaro. Con un rosario entre las manos echa una moneda a un saco dentro de un arcón, donde también hay varios diablillos. En este caso, a pesar de llevar un rosario, de nada sirve la religión sin la pureza del alma. En la parte derecha en este primer plano, hay varios objetos dispuestos como una naturaleza muerta: un yelmo, una lanza y un guantelete. Son símbolos del buen caballero cristiano que lucha contra el mal.
En conclusión, en las obras que hemos comentado anteriormente, El Bosco intentó moralizar y ejemplificar ilustrándonos con su pintura “esto es lo que no se debe hacer”. Pero no se quedó ahí sino que supo plasmar como nadie el interior humano, las debilidades y vilezas de nuestra condición. Hemos paseado por la locura, la idiotez, la ignorancia, la gula, la lujuria y la avaricia, entre muchas otras ruindades más que se podrían interpretar.
Y es que, en realidad, solo podemos elucubrar y dar mil y una interpretaciones sobre la pintura de El Bosco. Ya lo decía el gran teórico de arte Erwin Panofsky en 1953: «No consigo apartar de mí la sensación de que el verdadero secreto de los impresionantes sueños diurnos y las pesadillas de El Bosco no se han llegado a revelar realmente. Si bien hemos practicado algunos agujeros en la puerta de una estancia cerrada, al parecer todavía no hemos encontrado la llave que abre esa puerta».
Todavía no hemos abierto esa puerta cuya llave el maestro se llevó a la tumba y solo él supo lo que intentó decirnos. Ahora solo queda deleitarse, fantasear en sus escenas, asombrarnos con sus delirios y seguir mirando por el agujerito de la puerta.
Lecturas para saber más: