El siglo VI fue la época dorada del Imperio Romano de Oriente. El Imperio Romano de Occidente ya había caído en 476 y después había perdido entre los años 535 y 553 multitud de territorios en la península itálica contra los godos. El emperador oriental Justiniano sería quien se encargase de la recuperación de estas tierras perdidas. Se produjo entonces un largo enfrentamiento entre godos y bizantinos que culminó con la destrucción del reino ostrogodo de Teodorico y la anexión de Italia en 554 como provincia del Imperio Bizantino.
En este contexto, gracias al general Flavio Belisario, se expandió el Imperio Romano de Oriente por todo el Mediterráneo, y, en particular, la ciudad de Rávena, en la península itálica, se convirtió en la sede del gobernador romano oriental, conociéndose como el exarcado de Rávena. Constantinopla, capital del imperio más rico por aquel entonces y, por tanto, en pleno auge artístico, hizo que la ciudad italiana de Rávena fuera su espejo en occidente. Bajo su influjo oriental, el arte de Bizancio creó una de las mayores obras de arte del mundo antiguo: la iglesia de San Vital de Rávena, que junto con la basílica de Santa Sofía de Estambul, constituye la última palabra de ese arte imperial de gusto desenfrenado y fastuoso.
El emperador Justiniano y su esposa Teodora
El emperador Justiniano I, también conocido como Justiniano el Grande, fue probablemente el emperador más importante del Imperio Bizantino. Nació en Tauresium en 482 d. C. y fue emperador entre los años 527 y 565, y colaborador de su tío Justino I, de quien fue sucesor.
Su sueño siempre fue restaurar el Imperio Romano, llevar a cabo la Renovatio Imperii, para volver al esplendor y la antigua gloria que tuvo siglos atrás. Para conseguirlo, bajo su reinado se llevaron a cabo extensas campañas militares que lograron reconquistar zonas del antiguo Imperio Occidental, como Italia, parte de Hispania y el norte de África.
Pero en este escenario, más importante será si cabe su esposa Teodora, que reinará con él desde el 527 hasta su muerte en el 548. Su figura fue enormemente influyente en la historia bizantina y en el devenir político de su imperio. Fue descrita por sus contemporáneos como una persona intrigante y sin escrúpulos, pero lo cierto es que su implicación en los asuntos del imperio hicieron de ella una de las mujeres más influyentes de la temprana Edad Media. Su vida y papel como emperatriz están envueltos en leyendas y hechos históricos donde destaca por su inteligencia y carisma.
Se cree que la emperatriz tenía orígenes humildes, siendo su padre cuidador de osos en el Hipódromo de Constantinopla, y su madre actriz de teatro. Según fuentes como la Historia Secreta del historiador bizantino Procopio de Cesarea, Teodora trabajó en su juventud como actriz circense y posiblemente como prostituta, aunque esto ha sido objeto de controversia y debate histórico, ya que las fuentes que denostan a la emperatriz provienen de enemigos suyos. Por ejemplo, Procopio nos indica que:
Muchas veces, incluso en el teatro, se desvestía ante todo el pueblo
que la contemplaba y así se paseaba desnuda entre ellos, cubriéndose
sólo en torno a las vergüenzas y las ingles con un taparrabos, pero no
desde luego porque sintiera vergüenza de mostrar estas partes en
público, sino porque no se permitía allí a nadie salir completamente
desnudo, a no ser que se cubra las ingles con un taparrabos. Así, pues,
se tumbaba de esta guisa en el suelo y yacía boca arriba. Unos
asistentes que tenían asignado precisamente este trabajo, esparcían
cebada por encima de sus vergüenzas para que se los comieran unos
gansos especialmente entrenados para esto, cogiéndolos de allí uno a
uno con sus picos. Ella no es sólo que no se enrojeciese al
incorporarse, sino que incluso parecía estar orgullosa por esta
actuación, pues no sólo era una impúdica, sino que superaba a todos a
la hora de concebir actos impúdicos
Siendo esto verdad o no, lo importante es que más adelante Teodora cambiaría de vida drásticamente y dejaría el mundo del circo y la prostitución y se convertiría en una figura influyente de la alta sociedad en Constantinopla, accediendo a las altas esferas por haber sido prostituta de la aristocracia. Conoció a Justiniano antes de que él se convirtiera en emperador y él, impresionado por su inteligencia y encanto, la desposó en 525, oponiéndose a la antigua ley que dictaba que los altos mandos del gobierno no podían contraer matrimonio con personas de estatus inferiores. Hay varias teorías de cómo se conocieron Justiniano y Teodora pero, lo importante, es que él la tenía en tan alta estima que hizo que la coronaran como su igual, y no como su consorte.
Tan igual era a su esposo, que sofocó la revuelta de Niká -la cual estalló, a consecuencia de los elevados impuestos y las diferencias políticas y religiosas-, consiguió destituir al papa Silvestre y hacer caer en desgracia al brillante general Belisario y al influyente funcionario Juan de Capadocia. Pero no solo se dedicó a las intrigas palaciegas. También promulgó muchas medidas buenas para la sociedad, manteniéndose siempre en contacto con el pueblo llano, ya que no olvidaba sus orígenes humildes. Además aprobó muchas leyes feministas, como una ley del aborto, el divorcio voluntario de la mujer, o la prohibición de la prostitución, ya que consideraba que suponía una degradación para la mujer.
Los mosaicos de Justiniano y Teodora
Como hemos dicho al principio, el emperador de Bizancio, Justiniano, y su mujer, la emperatriz Teodora, desearon por tanto, reflejar la grandeza de Constantinopla en la iglesia de San Vital.
Los motivos del ábside insisten en la idea del triunfo de la Iglesia. En la bóveda, se representa a Cristo como Rex Mundi, entronizado sobre la bola del mundo y vestido de púrpura (color que significa majestad), sujetando en la mano derecha una corona y en la izquierda un pergamino. A esta idea del triunfo de la Iglesia contribuyen Justiniano y Teodora, portadores del cáliz y la patena del sacrificio.
Con esto intentaron reafirmar el poder civil y religioso de ambos, lo que justifica su localización en el ábside, al lado de la representación de Cristo sobre la bóveda celeste. Ambas escenas están concebidas como retratos oficiales. Justiniano y Teodora se convierten, así, en auténticos donantes de San Vital y reivindican la pertenencia de la Iglesia a la corte imperial.
En la escena se representa la Oblatio Imperial, que consistía en realizar ofrendas a Dios por parte de los reyes y emperadores para consagrar las iglesias. Las figuras que conforman la escena son todas masculinas y representan sin ninguna duda el poder terrenal y el divino. Justiniano, en el centro, simboliza la unión de ambos poderes que se muestran a su derecha e izquierda. En un extremo de la escena, a la derecha del emperador, aparecen los soldados armados con lanzas y escudos en los que se ve el anagrama de Cristo como símbolo de la defensa de la Iglesia por parte del ejército. Los soldados, de rostros jóvenes e imberbes visten de corto como los legionarios romanos.
A la izquierda de Justiniano, aparece el poder religioso, el arzobispo de Rávena, Maximiano -el único que lleva su nombre- con túnica talar, casulla y estola, llevando en su mano derecha una cruz de altar de oro y esmeraldas. Entre Justiniano y Maximiano, pero en un segundo plano, aparece un personaje secular de edad madura que se identifica con Julián Argentario, banquero y director de la construcción de la iglesia.
El aspecto, pues, que presenta Justiniano es el de un emperador del Bajo Imperio Romano enriquecido por bordados y joyas orientalizantes. No obstante, a su posición central y dominante, a su mirada altiva y a la suntuosa riqueza que lo adorna, hay que añadir otro símbolo de carácter divino que aparece sobre su cabeza, el halo dorado. Desde la divinización de Augusto, esto se transmitió de los emperadores paganos a los emperadores cristianos, y se les consideraba los representantes de los dioses en la tierra, por lo que los basileus bizantinos, solían aparecer retratados con la aureola tras su cabeza coronada. Por tanto, la imagen que quiso transmitir Justiniano en la obra es la de ser el representante de Cristo en la Tierra.
En cuanto al mosaico de Teodora, en la representación parece que está en un espacio que se identifica con una iglesia, en la que ella se encontraría en el altar. Está rodeada de siete mujeres y dos hombres, y todos se hallan en un interior muy rico en objetos y colores. A la derecha de la emperatriz vemos dos figuras femeninas. La más cercana a ella podría tratarse de Antonina (o Antonia), la mujer del general Belisario -quien aparece en el otro mosaico- y la otra Juanina (o Juana), hija de estos dos.
En el centro de la exedra, Teodora se presenta no sólo como emperatriz sino también como persona santa o semidivina, pues al igual que Justiniano, lleva aureola dorada tras su cabeza. Va vestida con túnica blanca y larga, de puños y orlas bordadas en oro sobre la que lleva un manto púrpura o clámide. Éste va colocado como el de los hombres, es decir, cubriendo casi toda la túnica y abrochado en el hombro derecho. Seguramente esto representaba una mayor dignidad, impropia de las mujeres, pero que la emperatriz por su cargo sí tenía.
El manto representa una interesante cenefa en el borde, en el que aparecen los Tres Magos ofreciendo sus dones. Los Magos llevan gorros frigios, y sus zapatos de punta retorcida denotan su origen oriental.
La ofrenda imperial realizada por Justiniano y Teodora era un gesto frecuente en aquellos tiempos hacia las iglesias más importantes del Imperio. Su representación se basa en la oblatio, tema que responde a una iconografía jurídica con precedentes en Roma, llegado el momento de invocar la acción sagrada del emperador como pontífice máximo.
Este cortejo imperial -ficticio, pues parece ser que Justiniano y Teodora nunca visitaron Rávena-, perseguiría dos objetivos: por una parte el reconocimiento de la divinidad de Cristo como hijo de Dios; un reconocimiento que negaba la doctrina arriana, y por otra parte trataba de invocar la relación entre Dios y el emperador plasmando así una idea que era casi un principio moral: el carácter divino del soberano que dispensa al mundo la gracia divina. Justiniano tendría como misión hacer triunfar en la tierra el reino de Cristo.
En cuanto a la estética, en San Vital hay un nuevo canon de belleza humana: personajes extraordinariamente esbeltos, de pies diminutos, pequeños rostros de forma ovalada y dominados por grandes ojos, y cuerpos que solo parecen capaces de lentos movimientos ceremoniosos, ataviados con ropajes magníficos, que simbolizan su superioridad en la jerarquía bizantina. Sus clámides son de color púrpura, atributo exclusivo de la dignidad imperial; ambos llevan coronas y sendos nimbos rodean sus cabezas. He aquí una alusión al doble poder del emperador: el terrenal (la corona) y el espiritual (el nimbo), en su condición de representante de Dios en la tierra. El emperador y la emperatriz, confirmando su poderoso estatus y el nuevo patronazgo de la Iglesia iniciado por Teodorico, presentan a Cristo ricos dones litúrgicos, lo mismo que hacen los Tres Magos en el borde del palio de la emperatriz.
La presencia de los Reyes Magos en la clámide de Teodora es una alusión más a la realeza imperial. Justiniano y Teodora acuden a la ceremonia de consagración del templo (en el que, recordemos, nunca estuvieron) y lo hacen portando ofrendas: Justiniano una patena y Teodora un cáliz, los dos de oro. Se simboliza así que por encima de los emperadores se halla el poder de Dios, al que aquéllos se someten de buen grado.
En lo que se refiere a la escena representada ya hemos visto como ambos tienen un desarrollo paralelo, y que se trata probablemente de la procesión hacia el altar previa a la misa. El grupo de Teodora tiene un menor protagonismo en la ceremonia que el de Justiniano, puede ser porque así le correspondía en aquella sociedad a las mujeres. Ninguno de los personajes que la acompañan -ni las siete mujeres ni los dos jóvenes- llevan en sus manos objetos sagrados, por lo que evidentemente su papel era claramente secundario. Sin embargo, Teodora, en su papel de emperatriz y de la mujer eminente que fue en su tiempo, lleva entre sus manos el cáliz para la consagración del vino.
La emperatriz se representa en igualdad de condiciones al emperador: en el mismo lugar, las paredes laterales del ábside de la iglesia, y con la misma idealización, que parece alejarla de la realidad tangible. Contribuyen a ello una serie de convencionalismos característicos del mosaico bizantino: isocefalia, frontalidad, pies en «V», horror vacuii, movimientos reiterativos en todos los personajes, hieratismo y rostros indefinidos en el séquito, colores planos, perspectiva Ptolemaica, líneas divergentes e impenetrabilidad de los rostros. Es mayor el canon de Teodora, como símbolo de autoridad y de importancia personal en la corte.
En cuanto al nimbo sagrado, tanto Justiniano como Teodora son representados con un halo dorado bordeando su cabeza, algo que resulta sorprendente si pensamos en la primera parte de la vida de Teodora como cortesana. El emperador se presenta como el vicario de Cristo en la tierra, y la emperatriz como su compañera por orden divina.
En resumen, puede decirse que los mosaicos de Justiniano y Teodora de San Vital de Ravena constituyen un documento fehaciente de la suntuosidad cortesana de Bizancio, que se desarrollaba en todos los aspectos de la vida de los reyes, tanto en la Corte como en las celebraciones religiosas. Al fin y al cabo, eran algunas de las más importantes manifestaciones al público de la familia real, dado el sentido teocrático de la sociedad bizantina. Su intencionalidad fundamental era la presencia del emperador con todo su boato, de manera que impresionara profundamente a los súbditos de la lejana provincia de Rávena.
Gracias a este colonialismo de Bizancio en Italia, nos ha quedado una de las mejores muestras de mosaico de todos los tiempos, no sólo por la crónica social que hacen, sino también y principalmente por el testimonio artístico y documental que de las artes en general y de las artes suntuarias, en particular de la primera mitad del siglo VI, presentan.
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